Fue hace ya muchos años cuando llevaba poco tiempo trabajando como sumiller en un restaurante reconocido de la ciudad, llevaba el tiempo suficiente para ir conociendo a clientes, compañeros de trabajo y jefes, eran dos, suficiente tiempo para darme cuenta de que uno de estos jefes era algo más que epecialito, vamos, era como tener una espinilla en el talón por decirlo de una manera digamos que, diplomática! refunfuñón, hipócrita, tramposo, sucio… le faltaba un número para el bingo de tener todas cualidades de un patán de primera, si lo conoces como cliente al parecer es un encanto, lo que pasa que los que lo conocemos tras bambalinas la película cambia, el caso es que un día tuvimos nuestra primera discusión, esto se debió a que durante un servicio de comidas llegó al restaurante el dueño de una bodega de la cual no teníamos ninguno de sus vinos, y claro, se montó la gorda con el susodicho, por cuestiones de moral, ética o simplemente sentido común, después de que me montase semejante escándalo di la discusión por perdida, pero…