Fue hace ya muchos años cuando llevaba poco tiempo trabajando como sumiller en un restaurante reconocido de la ciudad, llevaba el tiempo suficiente para ir conociendo a clientes, compañeros de trabajo y jefes, eran dos, suficiente tiempo para darme cuenta de que uno de estos jefes era algo más que especialito, vamos, era como tener una espinilla en el talón, por decirlo de una manera, digamos que diplomática! Era refunfuñón, hipócrita, tramposo, sucio… le faltaba un número para el bingo de tener todas cualidades de un patán de primera, si lo conoces desde el punto de vista de un cliente, al parecer es un encanto, lo que pasa que los que lo conocemos tras bambalinas, la película cambia. El caso es que un día tuvimos nuestra primera discusión, esto se debió a que durante un servicio de comidas llegó al restaurante el dueño de una bodega de la cual no teníamos ninguno de sus vinos, y claro, se montó la gorda con el susodicho, por cuestiones de moral, ética o simplemente sentido común, después de que me montase semejante escándalo, dí la discusión por perdida, pero me dejó inoculada la semilla de un gran malestar en mi. No me considero una persona rencorosa, vengativa o similar, pero tengo que reconocer que el intercambio de palabras que tuve con mi jefe, para mi sin motivo, ya que es imposible tener todos los vinos de aquellos que puedan visitarnos, me dejó con muy mala sensación y cierta sed de… Digamos que sí, sed de venganza!
Fue ese mismo día, en el servicio de las cenas cuando se me presentó la gran ocasión, casi cuando lo tenía todo olvidado, pero no podía dejar semejante oportunidad cuando una pareja de ingleses, muy agradables ellos, resalto esto ya que no ha sido muy habitual en mi vida encontrarlos con tanta efusividad por caer bien a los demás, ni con tanta amabilidad, ya sabes, son ingleses, pero bueno, supongo que eran la excepción de la regla, en fin, el hecho es que la pareja en cuestión no hablaba nada de castellano y mi jefe claro, tenía el mismo conocimiento del inglés, así que yo hacía de enlace traduciendo de ida y vuelta, pero antes que nada, quiero comentar que en aquella época, en el centro del restaurante teníamos una mesa con gran variedad de aceites de oliva de gran calidad, lo mejorcito, por lo menos las botellas, ya que por aquel entonces dichas botellas no tenían dosificador, no fue hasta unos 15 años después que los aceites vienen con un protector dosificador para evitar ser rellenados, ya que además ahora es ilegal hacerlo. Esto era lo que las convertía en blanco perfecto para las trampas de mi jefe y así rellenar todas las botellas de aceite de renombre con un solo aceite, bueno, pero lo que llevaban esas botellas en su origen desde luego lo superaba, para resumir, de las 30 o 40 botellas que habían, el 95% eran el mismo aceite.
Mi jefe acostumbraba servir unos pimientos asados de la zona, realmente buenos por cierto y les sugería a los clientes, sirviendo él mismo un pimiento con un aceite y otro pimiento con “supuestamente” otro aceite, recuerda, distinta botella, mismo contenido, y lo hacía diciendo: Pruebe este pimiento con este aceite, ahora pruébelo con este otro… Y yo me quedaba estupefacto como la gente asentía con la cabeza y diciendo: Wow! Que diferencia! Dentro de mi, al no poder explicármelo, me preguntaba, ¿Cómo es posible? Si es el mismo aceite, desde luego era el poder de la sugestión. Ahora bien, a lo que íbamos, a la pareja de ingleses les estaba haciendo la misma maniobra, mientras mi jefe me decía que vaya traduciendo simultáneamente y fue dónde llevé a cabo mi venganza, mientras el iba diciendo lo de siempre yo iba traduciendo lo que me daba la gana, que no era otra cosa que la verdad, o sea esto: Mi jefe dice que prueben este pimiento con este aceite, ahora dice que lo prueben con este otro, que en realidad es el mismo porque él rellena las botellas con un solo aceite, pero el dice que le sabe diferente… ambos se quedaron mirándome con caras de asombro, mientras que mi jefe se regocijaba de alegría al presentar su show habitual, la señora me volvía a preguntar si era en serio que mi jefe creía que los pimientos deberían saber diferente, pero, ¿Es tonto o qué? Mientras que yo se lo reconfirmaba con un categórico SÍ! el es así. La pareja siguió con su cena cariacontecidos, mi jefe siguió con su espectáculo por otras mesas y yo, yo seguí con mi trabajo y una sonrisa de oreja a oreja al saber que mi jefe hacia el ridículo sin saberlo (una vez más) pero esta vez no lo hacía solo, sino con mi ayuda, claro que él no se enteró nunca de esto y no sé si eso me causa más satisfacción aún. Las cosas volvieron a su cauce y yo fui un poquito más feliz.